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RETRATOS DE MUJERES 153

loso, pero cuidadosamente cortés? M. Boutard alabó y reservó preciosamente las opiniones relativas a las Bellas Artes. Un M. C. (pues ignoro su nombre) hizo en el Mer- curio un artículo sin malevolencia, pero sin valor. ¡Eh! ¿Qué importa a Madama de Staél esta crítica inmediata? Con Corina ha entrado definitivamente en la gloria y en el imperio. Hay un momento decisivo para los genios en que se arraigan de tal manera, que los elogios que se les pueda hacer no interesan más que a la vanidad y al honor de los que se hacen. Se les es deudor de tenerlos que en- salzar; su nombre viene a ser una ilustración en nuestro discurso. Es como un vaso de oro que se pide prestado para adornar nuestra morada. Así fué Madama de Staél a partir de Corina. Europa entera la coronó bajo este nombre. Corina es verdaderamente la imagen de la in- dependencia soberana del genio, aun en el tiempo de la más completa opresión; Corina, que se hizo coronar en Roma, en el Capitolio de la Ciudad Eterna, donde el con- quistador que la desterró no pondrá jamás el pie. Madama Nécker de Saussure (Notice), Benjamín Constant (Mélan- ges), M. J. Chenier (Tableau de la Littérature), han ana- lizado y apreciado la obra de modo que hace inútil nuestra tarea: “Corina, dice Chenier, es Delfina todavía; pero per- feccionada, independiente, dejando a sus facultades en pleno vuelo y siempre doblemente inspirada por el talento y por el amor.” Si; pero para Corina no es más «que una

1 Desde que tuve el honor (a mi paso por la Biblioteca Mazarina) de conocer a este espiritual representante de la crítica antigua; pude saber cómo podían su bondad real, nobleza y rectitud de corazón con- ciliarse con esas malicias de pluma y ligeros arañazos tan dolorosos al amor propio de los autores, Cuando M. de Feletz sentía la necesidad de decir algo, nada podía contenerle; tenía esto de crítico periodista. Su defecto al lado de su carácter burlón era el de no tener cuenta de las partos elevadas y serias, lo que le sacaba de +tino. Como escritor de soz ciedad, no profundiza, y cuando hay una broma, la dilata, lo cual le excluía de la amabilidad. Madama de Staél, que por otra parte guar- daba poco los resentimientos, odiaba por excepción a M. de Feletz. Un día que le vió entrar en un salón, salio ella por la otra puerta. Su crl- men era imperdonable para ella: había hablado mal de M. Nécker (ver las Mélanges de M. de Feletz, tomo VÍ, página 280, y el volumen ulte- riormente publicado de Jugements, página 352).