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146 MADAMA DE STAÉL

destierro, pero él en su llanura, en su castillo un poco raquítico, rodeado de jardines talados y sin sombra. La influencia de Coppet (Tancredo y Amenaida aparte), es la de Juan Jacobo continuada y ennoblecida, que se instala y reina cerca de los mismos lugares que su rival. Coppet se opone a Ferney y casi le destrona, Nosotros, todos de este siglo, juzgamos a Ferney al descender de Coppet. La belleza del lugar, los bosques que le prestan sombra, el sexo del poeta, la gloria de los nombres, los paseos por el lago, las mañanas del parque, los misterios y las tempes- tades inevitables que suponemos, todo contribuye a que la imagen de Coppet se nos aparezca encantadora.

Coppet, es el Elíseo que todos los corazones hijos de Juan Jacobo hubieran prestado naturalmente a la Caste- llana de sus ensueños. M:.dama de Genlis, vuelta de sus primeros errores y queriendo repararlos, probó pintar en una novela titulada Athenais o el Castillo de Coppet en 18071, las costumbres y algunas complicaciones delicadas de esta vida, que desde lejos nos figuramos a través de un encanto. Pero no se debe buscar una pintura fiel en esta producción, desde luego agradable; las fechas son confusas, los personajes agrupados, los papeles con reto- ques; M. de Schlegel se torna en grotesco, sacrificado, sin gusto ni medida; finalmente el conjunto se presenta bajo una falsa luz romántica que altera a nuestros ojos tanto la verdadera poesía como la realidad. Para mí, pre- feriría algunos detalles precisos, sobre los cuales la ima- ginación de los que no los han visto se complacería en soñar lo que pudieron ser. La vida de Coppet era una vida de castillo, frecuentemente había hasta treinta personas, extraños y amigos; los más habituales eran Benjamín Constant, M. Auguste Wilhelm de Schlegel, M. de Salván, Monsieur de Sismondi, M. de Bonstetten, los barones de Voght, de Balk, etc., cada uno llevaba una o varias veces a M. Mathieu de Montmorency, M. Prosper de Barante, al

3 Imprenta de Julio Didot, 1832,