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144 MADAMA DE STAÉL

el cristal zambando, llegaba a este fatal límite a Auxerre, a Chalons, a Blois, a Saumur. Sobre esta circunferencia que describe, y que quiere romper, su marcha desigual con sus amigos llega a ser una hábil estrategia, podríamos decir una partida de ajedrez que juega contra Bonaparte y Fouché, representados por un prefecto más o menos rigorista. Cuando puede instalarse en Ruán ha ganado algunos puestos en el tablero geométrico. Mas estas ciu- dades de provincia, ofrecen pocos recursos a un espíritu tan activo, tan envidioso del acento y de las palabras de la verdadera Atenas. El desprecio hacia las pequeñeces y las medianías, la ahogaba; y examinaba y comentaba hasta la saciedad la bonita obra de Picard. La admirable conversación de Benjamin Constant conjuraba con trabajo este ambiente de tristeza: “El pobre Schlegel —decía ella— se muere de fastidi»; Benjamín Constant sale del apuro con los animales”. Viajando más tarde, en 1808, por Alemania, decía: “Todo lo que veo aquí es mejor, más progresivo y más instruído, acaso, que Francia”. En las provincias no decía esto, o es que sólo lo decía de París, que era lo único que existía para ella. Por tin, gracias a la tolerancia de Fouché, que tenía por teoría el hacer el menos mal posible cuando no era útil, pudo insta- larse Madama de Staél a dieciocho leguas de París (¡qué conquista!), en Acosta, en una posesión de Madama de Castellane, y desde allí vigiló la impresión de Corina. Al enviar las pruebas de su obra debió repetir con frecuencia como Ovidio: “¡Ve, libro mío, libro de dicha que vas a la ciudad sin mí!” “¡Oh el arroyuelo de la calle del Bac!” * ex- clamaba cuando le enseñaban el espejo de Leman. En Acos- ta, como en Coppet, tendía sus brazos hacia esta orilla tan cercana ?, El año 1806 le pareció demasiado largo para tal

1 Madama de Staél vivió antes de su destierro en la calle de Grenelle- Saint-Germain, cerca de la calle del Bac.

  • El gusto por la naturaleza campestre no fué nunca esencial en

Madama de Staél, y esta idea fija de la calle del Bac le impedía todo regocijo, Paseándose un día por Acosta, con Schlegel y Faurlel, este Ultimo demostró gran admiración por un panorama: “¡Ah, mi querido