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16 MADAMA DE SÉVIGNÉ

jamiento no había hecho sino exaltar su ternura; no tenía casi otra cosa en que pensar; las preguntas y los cumpli- dos de todos los que veía llevaban su pensamiento al mis- mo punto; este caro y casi único afecto de su corazón, había acabado a la larga por ser para ella un freno, del que tenía tanta necesidad como de su abanico. Realmente, Madama de Sévigné era perfectamente sincera, de carác- ter abierto y enemiga de falsedades; es casi una de las pocas personas que podríamos llamar verdaderas, y ella habría inventado esta palabra para aplicársela a su hija, si La Rochefoucauld no la hubiese encontrado antes para apli- cársela a Madama de La Fayette; pero no por esto encon- traba menos placer en calificar asi a quien ella amaba. Cuando se ha analizado y mirado por todas partes este amor inagotable de madre, se está de acuerdo con la ob- servación de M. de Pompon'e: “¿Parece que Madama de Sévigné ama apasionadamente a Madama de Grignan? ¿Queréis que os diga lo que hay entre líneas en sus cartas? Lo que hay es que la ama apasionadamente”. Sería real- mente mostrarse ingrato el zaherir a Madama de Sévigné por esta legítima e inocente pasión, que nos permite se- guir paso a paso la vida de la mujer más espiritual durante los veintiséis años de la más adorable época de la más adorable sociedad francesa !.

La Fontaine, pintor del campo y de los animales, no desconocía por completo la sociedad, y a menudo ha hecho su retrato con finura y malicia. Madama de Sévigné, a su vez, se complacía con el campo; muchas veces iba a pasar largas temporadas a Livry en casa del abad de Coulanges o a su finca de los Rochers en Bretaña, y es muy curioso observar los aspectos que conoció de la na-

1 M. Walckenaer (Memorias sobre Madama de Sévigné) observa con Jjusteza que tenfa tan desarrollado el sentimiento maternal, como no lo fué el sentimiento filial por quedarse huérfana muy niña. Todo el apa- slonamiento de su corazón estaba en reserva y recayó en su hija. Viuda muy pronto en los más hermosos años de su juventud parece que no amó a ningún amante. ¡Qué ahorro, qué tesoro de amor! Su hija lo heredó todo.