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134 MADAMA DE STAÉL

comparada con la heroína de una novela indecente, la misma que ha servido en nuestros días para compararla con Lelia. La segunda carta está consagrada particular- mente al estilo, y algunas veces tiene razón, y está escrita en un tono caballeresco bastante agradable: “¡Qué otro sentimiento del amor! ¡Qué otra vida en la vida! Cuando los personajes reflexionan dolorosos sobre el pasado, uno exclama: Yo he destruído mi vida; otro dice: He equivo- cado mi vida; y el tercero añade, confirmando lo dicho por los otros dos: Yo creía que yo solo había entendido la vida!. “La altura de principios, las imágenes basadas so- bre las ideas eternas, el terreno de los siglos, los límites de las almas, los misterios de la suerte, las damas deste- rradas del amor, esta fraseología, .en parte sentimental, espiritualista y ciertamentr: permitida, y en parte gine- brina, incoherente y muy refutable, está externamente criticada. M. de Feletz había anotado un cierto número de incorrecciones de estilo y algunas palabras como insis- tance, persistance, vulgarité que han pasado a nosotros a pesar de su veto. Se pueden encontrar en Delfina repeti- ciones, consonancias, mil pequeñas faltas frecuentes que Madama de Staél no evitaba y en las que el artista escritor no incurre nunca”.

Madama de Staél, para quien la palabra rencor no sig- nificaba nada, dió amnistía más tarde al autor de Las cartas de l'Admireur, cuando se lo encontró en casa de M. Suard, en este salón neutro y conciliador de un hombre de talento, al que le había bastado envejecer un poco y heredar sucesivamente nombradía contemporánea, para llegar a ser importante a su vez. El periódico que M. Suard dirigía entonces, Le Publiciste, aunque pudo, según su costumbre molestar a Delfina acerca de ciertos puntos de lenguaje y de buen gusto, no entró en la querella, y en

2 Los imparciales y los curiosos podrán encontrar una Justificación de Madama de Staél sobre esto punto, y una buena apreciación de Delfina, en general, en un libro que ya he citado: Noticias y recuerdos biográficos del conde Van Der Duyn (1852).