RETRATOS DE MUJERES 131
cuyo nombre Madama de Staél hizo borrar, el primero, de la lista de los emigrados y que ella ayudó a llegar al poder antes del 18 fructidor, quien a su vez no le pagó esta acti- vidad calurosa, sino con un egoísmo encubierto con deli- cadeza. Ya, cuando escribía Delfina, había tenido lugar este incidente de la comida que se menciona en los Diez años de Destierro: “El día — dice Madama de Staél— en que uno de mis amigos dió la señal de oposición en el Tribunal, yo debía reunir en mi casa a varias personas cuya compañía me agradaba mucho, pero que todas eran defensoras del nuevo Gobierno. A las cinco recibí diez cartas excusándose; la primera no me extrañó y ni aun la segunda; pero, a medida que fueron llegando, empecé a turbarme”. El hombre a quien ella habia servido tan generosamente se alejaba entonces con una carta muy atenta, de esas en las que nos excusamos de no asistir a una comida. Admitido en el poder, no se preocupó de defender a la que bien pronto iban a desterrar. ¡Qué sa- bemos! Acaso la justificaban ante el Héroe; pero de esa manera vaga en que Madama de Vernón justificaba a Del- fina ante los ojos de Leoncio. Madama de Staél, como Del- fina, no pudo vivir sin perdonar, y desde Viena, en 1808, se dirigía a éste como a un antiguo amigo con el que se cuenta, y le recordaba sin amargura el pasado: “Vos me escribíais desde América hace trece años: Si paso un año más aquí, me muero. Yo podría decir otro tanto; aquí en el extranjero sucumbo”. Y añadía estas palabras, tan llenas de tristeza demente: “Adiós; ¿sois dichoso? Con un talento tan superior; ¿no llegáis algunas veces hasta el fondo de todo; es decir, hasta la pena?” Pero sin atrever- nos a decir que Madama de Vernón sea en todo el retrato ligeramente disfrazado; sin querer identificar demasiado con el modelo en cuestión a esta mujer hábil, cuya ama- bilidad seductora no deja atrás sino impresiones amargas y descontento, a esta mujer de conducta tan complicada y de conversación tan sencilla que hace atrayentes diser-