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128 MADAMA DE STAÉL

vida humana un poco grande, tiene su colina sagrada; toda existencia que ha brillado y reinado tiene su Capitolio. El Capitolio, el cabo Misene de Corina, es también el de Madama de Staél. A partir de aquella época, el resto de juventud que se marchitaba, las persecuciones crecientes, las amistades, fallidas unas y enfriadas otras, y, finalmente, la enfermedad, contribuyeron, como veremos, al mismo tiempo que maduraban su cerebro, a que el genio majes- tuoso y coronado entrase en los años sombríos, A partir de 1811, sobre todo, mirando al fondo del pensamiento de Madama de Staél, descubrimos por grados el recogimiento que la religión procura, el dolor, la fuerza contenida; y esta alma, hasta entonces violenta como un océano, su- misa también como él, y sujetándose con esfuerzos y con méritos a sus límites. Vewemos, al final de esta marcha triunfal, como en las más humildes y piadosas, veremos una cruz. Pero, al salir de estos ensueños sentimentales de las esperanzas y de las decepciones novelescas, nos encontramos en los años de plena acción y de triunfo. Si el libro La Literatura produjo tal etecto, la novela Delfina, publicada en 1802, no lo produjo menor. ¡Pense- mos en lo que debía ser esta lectura en una sociedad exal- tada por las vicisitudes, cuando El Genio del Cristianismo acababa de poner a discusión las cuestiones religiosas, hacia la época del Concordato y de la modificación de la ley sobre el divorcio! Benjamín Constant ha dicho que acaso en las páginas consagradas a su padre es en las que Madama de Staél se muestra tal como era; pero esto lo pensamos siempre al leer un libro de ella; en el último que leemos es donde creemos verla mejor retratada. Pero, no obstante, creo que en el libro de Delfina es en el que acertamos más. “Corina —dice Madama Nécker de Saus- sure— es el ideal de Madama de Staél, y Delfina es la realidad durante su juventud”. Delfina, para Madama de Staél, era la emocionante personificación de sus años de puro sentimentalismo y de ternura en el momento en que