126 MADAMA DE STAÉL
amiga íntima de esta alma genial, hacia la depositaria de tan encantadores pensamientos, Chateaubriand modificó y amplió sus juicios- primeros acerca de un talento y de un carácter mejor conocidos, y así, todas las barreras pre- cedentes cayeron derruídas. El prefacio de los Estudios Históricos da fe de esta comunicación más expansiva entre ellos; pero, sobre todo, el monumento último que prepa- raba, contenía de Madama de Staél un retrato y un juicio, el más grandioso, el más definitivo para su memoria. Hay, entre tantas tristezas esto de bueno, en sobrevivir a sus contemporáneos ilustres siendo ilustre uno mismo. En- tonces se puede con dicha coronar su imagen, separar la estatua y solemnizar su tumba. Los elogios sentidos de Chateaubriand a Madama de Staél, su peregrinación a Coppet en 1831 con la ariiga que formó el lazo sagrado entre los dos, con la misnia que tantas veces le acompañó hasta el fondo del fúnebre asilo, y que sólo por pudor de duelo quiso penetrar sola en el bosque de tumbas; todo esto a la orilla del lago de Ginebra, tan cerca de los lugares celebrados por el pintor de Julia, será a los ojos de la posteridad, memorables y emocionantes funerales, Haga- mos constar en honor de nuestro siglo estas piadosas alianzas entre genios rivales, Goethe y Schiller, Scott y Byron, Chateaubriand y Madama de Staél. Voltaire in- sultaba a Juan Jacobo y sólo la voz del género humano (como decía Chenier) los reconcilió. Racine y Moliere, que no se querían, se callaron por conveniencia. Hay, pues, más grandeza poética en esto que nosotros vemos en nuestro siglo.
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Madama de Staél, cuando la publicación del libro La Literatura, entraba en una disposición de alma, en una inspiración abierta y noblemente ambiciosa, que conservó hasta 1811, época en la que se operó en ella un gran cam- bio. En la disposición anterior más exclusivamente senti-