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RETRATOS DE MUJERES 15

bremente la pluma como ella quiere; la mía tiene siempre la brida sobre el cuello”. Pero hay otros días en que tiene más tiempo y se siente de mejor humor, y entonces, natu- ralmente, cuida, arregla, compone casi tanto como La Fon- taine una de sus fábulas, y así resultan cartas como la dirigida a M. de Coulanges sobre el matrimonio de su hija, y la que escribió sobre el pobre Picard, a quien echaron porque no quiso marchitar. Estas cartas brillantes de for- ma y de arte, en las que no había demasiados secretos pequeños, ni historias contadas de uno a otro, caían con estrépito en aquella sociedad, y todos querían leerlas, “No quiero olvidar lo que me ha ocurrido esta mañana —escri- bió Madama de Coulanges a su amiga—. Me dijeron: “se- fora, ahí está un lacayo de Madama de Thianges”; ordené que lo hiciesen pasar. He aquí lo que tenía que decirme: “Señora, de parte de Madama de Thianges, quien le ruega que le envíe la carta del caballo de Madama de Sévigné y la de la pradera”. Sus cartas hacen todo el ruido que merecen, como veis; cierto que son deliciosas y vos sois como esas cartas”, La correspondencia, pues, como la con- versación tenía una gran importancia; pero ni la una ni la otra eran artificiales: para ambas se dejaban guiar por el ingenio y por el alma. Madama de Sévigné elogia cons- tantemente a su hija por sus cartas: “Tienes pensamientos y giros incomparables”. Y cuenta que ha leído aquí y allá ciertos párrafos escogidos a gentes que son dignas de ellos: “algunas veces he dado también su pequeña ración a Madama de Villars; pero se conmueve ant» las ternuras y las lágrimas brotan de sus ojos”.

Si se ha reconocido en Madama de Sévigné la ingenui- dad de sus. cartas, no se le ha otorgado menos la sinceri- dad del amor hacia su hija; y en esto se olvida también la époea en que vivió, y cómo en una vida de lujo y de hol- ganza, las pasiones pueden parecer fantasías lo mismo que las manías pueden llegar a ser pasiones. Idolatraba a su hija, y al entrar en el mundo se la conoció así. Arnauld d'Andilly la llamaba por esto una bonita pagana. El ale-