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cilmente por los personajes, a veces un poco borrosos de color de Madama de Staél. No pasaban inadvertidas para él las preponderancias del pensamiento y de la intención sobre la forma, ni la multitud de ideas ingeniosas, atrope- lladoras y entrecruzadas que se encontraban en sus escritos como en su conversación. Así, pues, admiraba a Madama de Staél mucho menos que ella le admiraba. De otra parte, sea el azar o el olvido involuntario, acaso también porque fuese embarazoso para ella el hablar, lo cierto es que muy pocas veces Madama de Staél nombra a Chateaubriand en sus obras. Cuando, por las noches, en Coppet, se leían para compararlas Pablo y Virginia y el episodio de Vellada, Madama de Staél, colocaba con arrebato la fogosa y po- tente belleza de la sacerdotisa muy por encima de las dulzuras de poco bucóliras, según ella. del otro libro. El célebre artículo que hizo suprimir el Mercurio en 1807, le arrancaba también gritos de admiración *, aunque en sus obras no se encuentran testimonios de ellos. En el prefa- cio de Delfina se habla de El Genio del Cristianismo como de una obra en que los mismos adversarios deben admirar su imaginación original, exuberante y extraordinaria. Cha- teaubriand, en un artículo del Mercurio sobre M. Bonald, en diciembre de 1802, devolvió en algunas líneas este elogio a Madama de Staél; pero a pesar de estos homenaies re- cíprocos, permanecieron siempre adversarios? ¿No nos figuramos que estos dos bellos nombres, como dos cimas opuestas; estas dos alturas, un momento amenazadoras bajo las cuales se atacaban y combatían grupos enemigos; no nos parece al alejarnos, desde nuestro punto de vista de posteridad, que se acercan, que casi se unen y se con- vierten en la doble columna triunfal del comienzo del
1 Los Recuerdos de M. Meneval (tomo I, pág. 29) mos la muestran siendo la lectora obligada de Atala y de René en la Sociedad de José Bonaparte en Morfontaine (1801-1802).
2 Chateaubriand está nombrado con eloglo, pero muy concretamente, en s. pasajes del libro La Alemania, YI parte, cap. 1, y IV parte, cap.