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que la Universidad debía resolverle todas las contradicciones, todas las dudás y desenmarañar los nudos más complicados. Estudió con ahinco. Por las noches encendía la lámpara de su mesa con un placer particular; pero en cuanto había abierto el libro y leído la primera línea, experimentaba el sentimiento de una pérdida dolorosa, con tanta fuerza, que sentía ganas de llorar, como si el renunciar al asesinato y a la muerte fuera renunciar a una visión luminosa de indecible felicidad. Se diría que precisamente en los anteriores días de locura y de sueños extraños, agitados, llenos de energía, Sacha era fiel a sí mismo, a su naturaleza nativa; mientras que ahora, ante la lámpara encendida y el libro abierto, habíase convertido en otro hombre, sin interés, insulso, ajeno a todo aquello...

No estaba en sus hábitos renunciar a una decisión tomada hasta haber adquirido la evidencia de que era absolutamente irrealizable. Continuaba trabajando con perseverancia; pero aquel trabajo inútil, sin finalidad, se le hacía cada vez más monótono artificial. Le daba vergüenza leer los periódicos en que se hablaba de ejecuciones capitales y de fusilamientos. En cada línea de aquellos periódicos veía con ojos desesperadamente tristes la Rusia ensangrentada, martirizada, envuelta en fuego y humo. Pasaban tres y cuatro días sin que Sacha abriera el periódico; pero los que lo leían desde la primera línea hasta la última no estaban más doloridos ni más resignados en el fondo de su co-