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No se ve por aquí el retrato del padre—se dijo con una sonrisa Kolesnikov.

De pronto, Helena Petrovna, absorta en sus profundos pensamientos, preguntó:

—No ha visto usted sus ojos?

Kolesnikov, cogido de sorpresa, respondió:

—Sí, tiene unos ojos bellos.

—¿Se ha fijado usted bien en su expresión? ¡Ah, mi buen Basilio Vasilievich, usted no sabe aún lo que es hablar con una madre!... ¡Dios mío, es ya la una de la madrugada, y mi pobre Sacha no 89 ha ido a dormir todavía! Siempre está estudiando.

Aunque él no me lo dice yo sé muy bien que tiene grandes deseos de entrar en la Universidad.

A partir de aquella noche, de la que Helena Petrovna se acordó luego con horror, comenzó a suceder algo extraño; Kolesnikov vino casi a diario a casa de los Pogodin. Los visitaba por el día, por la noche, en los días de trabajo y en los de fiesta, y se pasaba allí veladas enteras. Sacha se ausentaba con frecuencia; pero Kolesnikov no daba a esto ninguna importancia, como si no viniera allí por él. Al principio, Helena Petrovna estaba muy contenta con esas visitas, pero luego comenzó a sentir inquietud. Preocupábala especialmente, la curiosidad insaciable con que Kolesnikov examinaba los hombres y las cosas. ¿Qué mira? ¿Qué busca?», pensaba. Una vez llegó a manifestar sus inquietudes a Lina.

—¡Vamos, mamá!—dijo ésta. ¡Nos visita tanta gente! Si fuéramos a prestar atención a todos...

SACHKA YEGULEV.

ó