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¿Por qué hablas así? No me gusta que des uns idea falsa de ti, Sacha...

Kolesnikov oía la música con una atención marcada, en la que había más respeto que entusiasmo.

Luego se sentó al lado de Helena Petrovna y entabló con ella una larga conversación acerca de Sacha. Lina, bostezando, se fué también a su habitación; pero en el salón seguía oyéndose la voz dulce de Helena Petrovna y la de bajo profundo de Kolesnikov.

—¡Sí; es muy difícil educar a los hijos!—decía la modesta Helena Petrovna, mientras sus ojos brillaban con orgullo, y su rostro, en la sombra roja de la pantalla, parecía joven y bello.

—¡Es un buen mozo!—afirmaba con convicción Kolesnikov. Sobre todo, es puro.

—¡Es tan puro, tan puro!...—suspiró ella. Si usted supiera, Basilio Vasilievich...

Calló, pensando en su marido. Kolesnikov lanzó sobre ella una mirada rápida; pero inmediatamente su rostro adquirió una expresión de indiferencia; se puso a silbar suavemente.

Se oía a Sacha andar por su cuarto. Kolesnikov miró una vez más a la madre, sumida en sus reflexiones; comprendió que iba a estar meditando largo rato y comenzó a examinar la habitación. Si Helena Petrovna hubiera podido varle en aquellos instantes, se habría sorprendido y casi asustado de la expresión grave con que estudiaba cada cortinaje, cada cuadro, clavándolo con sus miradas.