No, no lo creo—dijo—. He heredado harto poco de mi padre. Por otra parte, no me acuerdo de él; hace ocho años que murió... ¡Hasta la vista!
Así trabaron conocimiento.
Al ver alejarse a Kolesnikov, Sacha estaba muy lejos de presentir que aquel hombre iba a separarle de su hermana y de su madre y a llevarle hasta el extremo límite de los horrores sobrehumanos. Y miraba el dulce cielo primaveral reflejado en los charcos y en los vidrios de las ventanas, sin pensar en el destino que se acercaba, sin sospechar que la próxima primavera... ya no la vería.
La primavera Todo aquel día estuvo Sacha sumamente alegre.
Después de comer cogió el periódico, que habían leído ya todos, miró las titulares, vió la palabra «diez y seis»», y lo dejó a un lado; pensó que no había por qué leer aquello. Por la noche, cuando el cielo estuvo lleno de estrellas y los charcos ligeramente helados, cogió a Lina del brazo y la llevó a la montaña, desde la cual, durante el día, abríase una amplia perspectiva maravillosa sobre el río. Por el camino fué bromeando con Lina, y la hizo reír como a una loca; imitaba la marcha de un general paralítico, provocaba la admiración ferviente de Lina, apretándole la mano contra su corazón gaIX