Y a retazos, bromeando y saltando por encima de los charcos, contó su vida de vagabundo. Veterinario de profesión, se ocupó en la estadística, fué empleado de ferrocarriles, y durante medio año dirigió una revista, que había valido al editor ir a la cárcel. Ahora estaba empleado en la administración de una red ferroviaria.
—¿Y qué era su padre?—preguntó Sacha.
—¿Mi padre? No es fácil responder a esa pregunta. Nuestra familia es muy célebre y muy antigua, casi contemporánea de los Rurik. En nuestro escudo figuran una rueda y una bota de campesino.
Pero, por un error histórico, mi abuelo y mi abuela fueron siervos; mientras que mi padre, probablemente para restablecer el lustre de nuestra familia, posee en la ciudad una taberna y una tienda. En nuestro escudo actual figura, sobre el fondo verde de un billar, una botella con la divisa: «Tertulia de amigos.
—¡Vive su padre?
—Temo que sí. Si todavía no ha reventado, ahora será, sin duda, presidente de la unión local de los «Cien negros». Es muy ambicioso y filósofo. Me hizo aprender el oficio de veterinario porque, por inclinación, le interesan más los animales que los hombres... También tengo hermanos... ¡Unos canallas de primer orden!
—¿Por qué emplea usted ese tono?
—No es muy académico, ¿verdad? No puedo hacer otra cosa. Por otra parte, ellos me han enterrado ya hace mucho tiempo. Según una senten-
