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do cual un puñal y al mismo tiempo un amor extraño.

De pronto, sin alzar los ojos hacia Kolesnikov, le preguntó:

—Es usted ruso?

El otro, que examinaba a Sacha con una atención profunda, estuvo un rato sin contestar.

—Ruso. Eso no tiene ninguna importancia.

—Mi madre es griega.

—Eso está muy bien.

—¿Por qué?

—Es buena sangre; sangre de mártires innumerables.

Sacha envolvió a Kolesnikov en una mirada cariñosa. Me gusta mucho», pensó.

—¡Byron se sacrificó por la causa de la libertad griega!—dijo.

—¡Tonterías!—respondió Kolesnikov—. Los que aman la libertad no tienen por qué ir a buscarla a países lejanos. No hay naciones libres, y cada cual puede luchar por la libertad en su propia patria...

Además, lo que me ha dicho usted respecto a Telepnev no me gusta. Las razones personales son fruslerías.

Se levantó agitado y empezó a pasear. Aunque tenía sitio bastante, no andaba más que cuatro pasos hacia delante y cuatro pasos hacia atrás, como en la habitación de Sacha. A cada uno de los pasos se oía el ruido del agua en sus chanclos.

—Yo, por ejemplo... continuó, con su voz de bajo profundo, que parecía salir de un poste tele-