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Y dormido ya, Sacha soñó que renegaba de su padre. La iglesia estaba abarrotada de gente; todo el mundo había acudido a ver la triste ceremonia.

Sacha estaba arrodillado delante del pope vestido de negro que pronunciaba palabras terribles.

¡Amén!, mugía el coro. Y aquel mugido era tan formidable que Sacha se despertó espantado; miró a la ventana y vió que 'era de día. Tenía en la boca un cigarrillo apagado. Tiró el cigarrillo y se durmió de nuevo profundamente. Y no soñó.

VIII

Fué en el mes de marzo, un domingo.

Acababan de dar las once de la mañana, cuando un tal Kolesnikov se acercó a la casa habitada por los Pogodin. «¡Vaya una calle!», dijo, saltando sobre las piedras que algunas personas de buen corazón habían echado en medio del barro para facilitar el paso a los transeuntes. Por todas partes se veían charcos que brillaban al sol y pequeños islotes de nieve no fundida aún. «¡Vaya una casa!», añadió, desesperado, después de entrar en el patio, que era en aquel momento un vasto lago de agua primaveral. En él se reflejaban como en un lago verdadero, los árboles y la casita blanca. Delante de la puerta había una señorita que miraba a Kolesnikov y que se reflejaba igualmente en el agua.

Sin talento