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pasaban en casa todas las veladas, y Sacha reci taba en alta voz El sueño de Baltasar»:

Han de caer las fortalezas de Babilonia y su destino será implacable...

Pero ¿dónde recitaba Sacha estos versos de Byron: en casa, o en alguna velada? Quizá en aquella velada en que se le aplaudió mucho.

¿Cuándo dejaron de visitarlos los jóvenes? ¿Cuándo fué aquella terrible noche del sábado en que no vino ninguno de los que esperaban? Destacado del círculo infinito de los días, aquel sábado adquirió para ellos una importancia particular y lo recordaban hasta en los más pequeños detalles... hasta en el detalle de que la lámpara de petróleo alumbraba muy mal.

Dieron las nueve; pero nadie llegaba, aunque los colegiales tenían costumbre de reunirse hacia las ocho y aun antes. Sacha estaba en su habitación, y Lina... ¿dónde estaba Lina? En alguna parte, muy cerca. La criada había traído por segunda vez el samovar, que hervía sobre la mesa vacía. Helena Petrovna entró en el cuarto de Sacha y le preguntó con extrañeza:

—Qué significa esto, Sacha? No hay nadie todavía.

Sacha dejó a un lado un folleto—¡sí, era un folleto, de cubierta roja!, y con voz que parecía indiferente respondió:

—No vendrán, probablemente.

—Probablemente?