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La tierra se cubrió de nieve. Las habitaciones se hicieron más claras; las dos jóvenes se pusieron a arreglarlas, a colocar los muebles, a colgar cortinas. Helena Petrovna miraba su trabajo con indiferencia.

Se preparó una habitación para Sacha.

Por las noches, las tres se sentaban juntas, hablaban de mil cosas y leían mucho. Helena Petrovna creía firmemente que Sacha había partido para América. Todas las noches, después de ponerse las gafas se las ponía hasta para escuchar decía:

—Anda, Lina, léeme algo de América. ¡No tienes nada que oponer, Eugenia? Es un país muy hermoso.

—Sí, mamá. Yo también leeré—respondía alegremente Eugenia—. Leeremos las dos, turnando.

—¡Está bien! ¡Ea, Lina, ahora te toca a ti!

Las dos jóvenes turnaban en la lectura; mientras una leía la otra salía para llorar. Helena Petrovna se enjugaba los ojos bajo las gafas; luego las guardaba en el estuche y decía suspirando:

—Ahora nuestro Sacha estará bien. América es una hermosa tierra... una hermosa tierra.

19 octubre 1911.

FIN