Egor se acercó tímidamente, sin atreverse a mirar los cadáveres.
—¿Dónde estabas escondido?—gritó el oficial—.
¿Tenías miedo, eh?...
Los muertos me dan miedo.
¡Sí! ¡Y, sin embargo, no lo tuviste para ser bandido! ¡Espera, que te voy a enseñar a ser bandolero!... ¿Cuál de éstos es Yegulev?
Egor, a toda prisa, como si se encontrara sumergido en agua fría, examinó los cadáveres e indicó con el dedo & Yegulev.
—¡Este!
—¡No es verdad!
—¡Pero si lo he reconocido!
—¡Registradle!—ordenó el oficial de policía.
Se registró el cadáver; pero no se encontró nada que confirmara que era verdaderamente Yegulev; había en los bolsillos una petaca de cuero usada, con un cigarrillo roto dentro, un viejo mapa del distrito y un pedazo de venda. Esto lo mismo podía pertenecer a Yegulev que a cualquier otro. A unos doce pasos de la barraca se encontró un reloj de oro; pero si Yegulev logró verdaderamente escapar, le habría tirado quizá o le habría perdido.
El oficial de policía, que se sentía mal de su herida, se marchó a la ciudad a que le curaran. Los soldados se fueron también, llevándose sus muertos y sus heridos. Los cuerpos de los Hermanos del bosque» fueron conducidos en angarillas improvisadas a la vecina aldea Kamenka para que los identificaran los campesinos.