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Eugenia Egmont su carta sin leerla y dió el beso de despedida a su madre, que no sospechaba su proyecto, había como cerrado su alma a todas las imágenes del pasado, renunciando al amor y a los afectos. Si sigo amando—pensó—, mi sacrificio no será completo, y mi pureza no tendrá gran valor.

Aun en los momentos más penosos, cuando su corazón aspiraba dolorosamente al amor, a un cariño, por breve y mísero que fuera, mantúvose en la prisión de aquellos pensamientos severos y ascéticos:

aquel adolescente poseía una voluntad de hierro.

Pero ahora, puesto que con la muerte venía la ruptura de todos los lazos, se entregó con ardorosa pasión a sus ensueños, hallando disculpa en la desesperación misma de su amor. «Ahora tengo derecho a pensar en todo», se dijo, mirando de frente a su conciencia. Y, en efecto, abrió las puertas de su alma a todos los pensamientos.

Precisamente en aquella época, anunciándole su próximo fin, las persecuciones contra la banda se hicieron más encarnizadas. Dijérase que una enorme mano misteriosa, lenta, segura de captar la presa, avanzaba por el distrito en persecución de los Hermanos del bosque»; registraba con sus dedos tentaculares, penetraba en la profundidad de los bosques, en la obscuridad de los barrancos, en las casas abandonadas, en las cabañas perdidas. Los *Hermanos» se escondían, buscando nuevas guaridas, como fieras acosadas, sin tregua ni respiro.

La zona de sus operaciones se hacía cada día más estrecha y limitada. Una fuerza invisible apretaba