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cuencia y hay que empujarlos para que se pongan de nuevo en movimiento. Suele acontecer que este estado anormal y peligroso pasa sin que el enfermo lo advierta, como un peligro que amenaza por la espalda; pero también sucede a veces que el achaque se prolonga y el enfermo muere de él.

Precisamente en este estado se encontró Sacha después de la muerte de Kolesnikov. Kolesnikov murió el 2 de agosto, y a partir de aquel día, durante casi un mes, Sacha vivió en el vacío, como en un mar inmenso cubierto de hielo. Exteriormente no cambió; al contrario, parecía más activo e infatigable: quemaba cuando le decían lo que había que quemar; iba a los lugares indicados; mataba a las personas a quienes había que matar; caía como una tempestad sobre la región, sin hacer caso de las quejas de su partida, fatigada. Pero si alguien le decía resueltamente que había que descansar, Yegulev daba orden de suspender las operaciones durante tres o cuatro días.

Andrés Ivanovich, el marinero, que consideraba la muerte de Kolesnikov como un golpe terrible para la empresa, no comprendía la actitud de Sacha y le miraba con extrañeza; tan pronto se regocijaba viendo su actividad febril, como sentía una angustia que llegaba hasta el terror.

Lo que le inquietaba sobre todo era que Yegulev, evidentemente, no veía ni comprendía los cambios que se estaban verificando a su alrededor. Y, sin embargo, aquellos cambios eran tan considerables y saltaban a la vista de tal modo, que el mismo