mo Kolesnikov—. ¡Qué paseo nos hemos dado!
¿Estás contento, Sacha?
—Hubiera seguido andando con gusto; ¡era tan bueno aquello!...
Cuando Sacha estuvo casi dormido, Kolesnikov empezó a cantar:
¡Yo te saludo, albergue de la inocencia!
Aquellas palabras sonaron tan cómicas en aquel lugar, que los dos se echaron a reír a carcajadas.
—¡Basta! ¡A dormir!
XIII
Los campesinos fueron volviendo poco a poco a incorporarse a la banda.
—¡Qué habéis trabajado mucho?—les preguntaba con una alegría maligna Eremey—. Tumbaos como yo... Aquí hay sitio para todos.
La furia Los campesinos venían tristones como perros apaleados; la tierra los había engañado nuevamente.
La recolección no había terminado todavía; pero ya habían visto que su trabajo era inútil; sus pedacillos de tierra pobre les causaron una amarga decepción. Y los mujiks, desesperados, se unían a la banda de Sachka Yegulev, injertando en ella su furia y su espíritu de venganza. Algunos parecían