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Cree usted? Pero desde el momento en que ya no es un hijo, sino un criminal, un asesino...

—No; cuando viene a ver a su madre no es más que un hijo. Un hijo no puede ser asesino. Reflexione usted, general.

Telepnev tuvo una risa artificiosa.

—Si se fuera a razonar así, señora... Todos los criminales han nacido de madre.

—¡De padre!

—Perdone usted, pero no puedo seguir su lógica. ¡Eso es una insensatez! La culpa es de ustedes; hay que dar una buena educación a los hijos.

—No, la culpa es de ustedes, de los hombres, que nos hacen echar hijos al mundo para ahorcarlos después.

—¡Insensatez! ¡Lógica de mujer!

Empezaron a reñir como dos viejos. Si alguien los hubiera visto, no habría creído nunca que aquel general era el gobernador de la ciudad y ella la madre del bandido Sachka egulev.

Telepnev, rojo de ira, gritaba:

—¡Nosotros no ahorcamos a las personas honradas; ahorcamos a los bandidos! El mismo Dios hace pasar a los criminales ante el Supremo Tribunal, ¿comprende usted? Sí, ante el Supremo Tribunal, que es más terrible que nuestros tribunales humanos.

Helena Petrovna, en voz muy baja, casi susurrando, dijo:

—Eso no es verdad; no hay ningún Supremo Tribunal.