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berlo usted? Pues bien, es preciso que se lo diga:

ese bandido célebre de que hablan todos los periódicos, ese Sachka Yegulev...

A medida que hablaba, se iba poniendo más furioso y alzaba la voz.

—Ese Sachka Yegulev es... su hijo de usted Alejandro.

Helena Petrovna había sospechado la verdad, pero sin atreverse a creer en sus sospechas. Hasta aquel momento había sido la misma Helena Petrovna con sus antiguas concepciones de las cosas y de los hombres, y pedía a Dios, cuando tenía el corazón muy oprimido, que perdonara a Sacha.

Hasta aquel momento había creído que moriría de vergüenza si sus terribles sospechas se confirmaran y si alguien le dijera en alta voz: «Tu hijo Sacha es un bandido.

Pero en aquel instante, al oír a Telepnev afirmar que su hijo era un bandido, todo, súbitamente, cambió para ella: sus concepcio sus razonamientos, su conciencia. La antigua Helena Petrovna ya no existía.

En su lugar había una madre, la madre eterna.

¿Qué fuerza misteriosa produjo aquel cambio que no advirtieron ni Telepnev ni la misma Helena Petrovna?

En el primer momento tuvo como un vértigo; pero recuperó en seguida su calma y sintió una alegría inmensa de pensar que su Sacha estaba vivo.

Se dijo que, cuando volviera a casa, habría que rogar a Dios por Sacha.