Página:Sachka Yegulev.djvu/255

Esta página no ha sido corregida
251
 

Ruego a usted, Helena...

Había olvidado su nombre.

—Helena Petrovna—le auxilió ella.

Telepnev exhalaba olor a vino. Su pescuezo, gordo, oprimido por el cuello rígido de la guerrera, estaba rojo como un cangrejo cocido. Su rostro, de blancos bigotes, estaba hinchado y también rojo; su guerrera, manchada por la ceniza del cigarro. Había algo de sucio y descuidado en toda su persona.

Hablaba muy alto y muy de prisa, redondeando los labios y rematando las frases inacabadas con encogimientos de hombros y fruncimientos de cejas.

A veces tomaba un aire severo que no asustaba a nadie. Tosía mucho, enrojeciendo después de cada ataque de tos;, en aquellos momentos sus ojos adquirían una expresión de espanto y de impotencia.

—Ha tenido usted a bien citarme...—comenzó Helena Petrovna.

—Sí; le pido a usted mil veces perdón, Helena Petrovna; pero... mi cargo de gobernador... ¿comprende usted?... A veces no quisiera ocupar este puesto.

Esperaba una sonrisa de Helena Petrovna, pero ésta permanecía fría y reservada. No me gustan estas santitas, se dijo el gobernador. Y de repente, encolerizado, agitando las charreteras y frunciendo las cejas, empezó a hablar muy de prisa:

—Estoy gastando bromas, Helena Petrovna; pero si usted supiera... Sólo la profunda admiración que yo sentía por su difunto esposo, que era para mí un querido camarada y un amigo, me empuja a dar