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gre, bebió agua fresca. Notó que no llevaba la tercerola; pero no se preocupó. Se mojó la cara y los cabellos y calmó su ardor.

Había que esperar la vuelta de Kolesnikov. Sacha pasó unas horas horribles, quizá las más amargas de toda su vida. Niño aún, a pesar de la sangre que había vertido, a pesar de su aire imponente y de su reputación de bandido terrible, comprendió por vez primera el horror de su situación. Sí; había vertido sangre de inocentes y su conciencia le acusaba. Sí; merecía la muerte y la acogería con valor y con calma; pero ¿cómo atreverse a admitir que él, Sacha, él, que lo sacrificaba todo, que sufría mil torturas, que obedecía a los llamamientos de su noble corazón; cómo atreverse a decir que era un pícaro, que escondía el dinero y engañaba a la gente? ¿Qué valor tenían, pues, la honra, la verdad, toda su vida de sufrimientos y de sacrificios?...

Los que vivían con él y le veían de continuo, los que estrechaban su mano y escuchaban sus palabras, los que podían mirar y penetrar hasta el fondo de su alma... esos mismos le creían capaz de mentir y de engañar. Y esa creencia era ya antigua. ¿Por qué no le habían dicho nada hasta el presente?

¿Por qué continuaron estrechándole la mano sin manifestar sus sospechas? ¿Acaso era una cosa clara, evidente para todos, y sólo él no la comprendía?

¡Tendría razón Kolesnikov al hablar de desconfianza, de la necesidad de ponerse en guardia contra las gentes, incluso contra Eremey?... Era, pues, posible que todos, hasta el mismo Eremey—no 80-