¡Hay que encender la hoguera!
—No.
—Soloviev me ha ordenado que la encienda—respondió Suchok—. Será lo mejor; tendremos más calor.
Y se puso a buscar por el suelo ramas secas para encender la hoguera.
Alguien empezó a tocar la balalaika debajo del árbol.
—Qué es eso?—preguntó Sacha.
—Vaska quiere bailar. Ha cogido la balalaika de Petruscha... Lo mejor que podías hacer es irte a otra parte añadió Suchok.
Hasta entonces no se había atrevido a tutearle.
—Sí, sería lo mejor que te fueras...; tienen dos botellas de vodka...
—También tú has bebido?
—No; yo no bebo nunca... Quieren hacer un registro; no creen que el dinero lo tenga Basilio.
—Y tú, crees también eso?
Suchok le miró dulcemente y dijo, suspirando:
—Yo no necesito su dinero de usted.
Y cuando se iba hacia su sitio favorito, Sacha oyó otra vez una carcajada y la palabra «canalla, pronunciada con fuerte entonación.
Poco después, a través del ramaje, vió una largacolumna de humo negro y de fuego: era la hoguera que comenzaba a arder. Vaska y sus amigos gritaban y cantaban ebrios.
Sacha no se daba aún cuenta exacta de lo que acababa de suceder, del horror que invadía su alma.
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