X
Vaska se rebela Al día siguiente de la muerte de Petruscha se despertaron tarde en el albergue. Eran ya las doce.
Todos estaban taciturnos y tristes. El día estaba triste también. Hacía calor; el aire era pesado, el cielo lleno de negras nubes. La luz deslumbraba los ojos, y hasta en el bosque, a través de los árboles, era penoso mirar al cielo.
Vaska Soloviev, que había vuelto sano y salvo de la expedición de la víspera, jugaba a la baraja debajo de un abedul con Mitrofan Fiebre tifoidea y con Egor. Las cartas estaban en extremo usadas y marcadas; los jugadores las conocían muy bien, y por eso las tapaban con las manos muy cuidadosamente.
—¡Bueno; te toca jugar a ti!
—¡Pongo 20 copecas!
—¡Yo también!
—Entonces pongo 50. ¡Para que lo sepas!
—¡Van!
Kolesnikov experimentaba un aburrimiento mortal y rondaba de grupo en grupo; permaneció algunos minutos junto a los jugadores, pero esto no le calmó. Entonces se acercó a Yegulev y le preguntó con voz sorda:
—Me permites, Sacha, que me vaya un poco