¡Habría que darle una buena lección! Ni siquiera da las gracias por el pan... El pan no pertenecə a nadie... ¡Es un tunante!
—¡Qué hombrazo! ¡No quisiera yo caer entre sus manos! Podría aplastarnos a todos...
Se desataron las lenguas; las bromas no acababan.
—¡Callaos!—gritó Andrés Ivanovich—. ¡No estáis en una taberna!
Durante algunos instantes se hizo un silencio penoso. Los rostros conservaban una sonrisa irónica. Una voz dijo distintamente:
—¡Claro que esto no es una taberna!... ¡Un templo!... ¡La asamblea de todos los bandidos!...
Aquellas palabras produjeron un malestar muy grave. Para romper el silencio penoso, Petruscha se puso a tocar suavemente la balalaika. Eremey bostezaba, haciéndose cruces en la boca. Apagaron la hoguera por temor a que se prendiera fuego mientras dormían, y, sin darse prisa, se acostaron alrededor de las ascuas ardientes.
Sacha no se acostó. Pensaba sin cesar en aquel visitante extraño. ¿De dónde venía? ¿Adónde iba?
¿Por qué le había saludado?
Tomás el Incrédulo estaba ya lejos, y la huella de sus pasos había desaparecido en la noche negra.