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226 —¡Me has asustado! ¡Eres un verdadero diablo!

Vamos, hombre, con más suavidad... No se cae así sobre la gente...

En aquel momento apareció en la zona iluminada por la hoguera un enorme mujik viejo, sin gorra ni camisa, cubierto de harapos. Su cabellera espesa parecía una selva virgen; entre sus cabellos había mezcladas briznas de paja; probablemente había pasado la noche en una granja. Toda su figura producía una impresión tan original, que los Hermanos del bosques, al verle, quedaron asombrados. Les pareció que se trataba de un loco.

—Sí, es un verdadero diablo—dijo muy bajo Iván Gnedij, apretándose contra el marinero, que estaba a su lado.

El recién llegado empezó a hablar; aquello no era una voz humana, sino el ladrido de un perro.

Las palabras salían de su boca indistintas, a borbotones y como amasadas en mugidos.

—¿Dónde está el atamán, brum... Necesito al atamán, brrum... Yegulev, brrum...

Le señalaron a Sacha. Volvió hacia su enorme y pesada figura.

—¡Fu, fu, fu, fu!—exclamó—. ¿Eres tú el atamán? ¡Fu! Los negocios de nuestra pobre Rusia no andan de seguro muy bien, cuando hay que recurrir a estos chiquillos... ¡Mira!

Cayó de rodillas y golpeó la tierra con la frente.

Después se levantó.

—¡Qué quieres?—preguntó Yegulev.