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se detuvo, sin hacer caso de las balas que silbaban a su alrededor, y no sintiendo mas que el peso de su tercerola. Vió que Petruscha vivía aún; pero que no había ninguna esperanza de salvarle. Con el corazón oprimido se inclinó hacia el moribundo.

Petruscha le miró con ojos que no expresaban ni queja ni dolor. Esperaba. Kolesnikov no veía mas que aquellos ojos y su tercerola. Decidió rematar a Petruscha. Levantó la tercerola; pero los ojos abiertos del moribundo paralizaban su acción.

—¡No, no puedo!—dijo—. ¡Cierra los ojos, Petruscha!

Ya sea porque lo comprendiera o por exceso de sufrimiento, Petruscha cerró los ojos.

Kolesnikov disparó a quemarropa.

Todo había concluído.

IX

Tomás el Incrédulo Esto fué antes de la muerte de Petruscha.

Una noche los Hermanos del bosques estaban reunidos alrededor de Petruscha y del marinero, oyéndolos tañer las balalaikas; cantaban y bromeaban alegremente, cuando de pronto llegó Tomás el Incrédulo. Primero se oyó su voz fuerte y extraña, que más parecía el ladrido de un perro que una voz humana; luego se oyeron los juramentos de Fedot:

SACHKA YEGULEV.

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