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la pendiente. Durante algunos minutos todo fué desorden y confusión.

Cuando el destacamento se repuso y comprendió de qué se trataba, los Hermanos del bosque corrían ya a campo traviesa con todas sus fuerzas y parecían muy próximos a la maleza.

—¡Adelante! ¡A la carrera!—gritó el oficial de policía, espoleando y fustigando su caballo.

Los policías le siguieron. No eran muchos: seis o siete nada más. Detrás de ellos, a alguna distancia, avanzaron los soldados, můcho más numerosos.

Los fugitivos se encontraban en aquel momento a sesenta pasos del bosque.

Sacha se detuvo y ordenó:

—¡Alto! ¡Fuego!

El caballo del oficial fué muerto de un balazo, y el oficial cayó, con una pierna y una costilla rotas.

Los policías empezaron a dar vueltas sobre sí mismos; sus caballos se alzaban de manos; por último, escaparon a todo correr. Los soldados empezaron a hacer descargas cerradas. Eso está bien—pensaba el oficial, que yacía en tierra y sentía silbar las balas por encima de su cabeza—. ¡Eso está muy bien! ¡Bravo, soldados!» Kolesnikov, que corría a pocos metros detrás de Petruscha, se extrañó de que éste cambiara el paso; ahora corría de un modo raro, oscilando y como inclinándose poco a poco; luego se sentó en el suelo con lentitud, como si vacilara al hacerlo.

Kolesnikov comprendió que Petruscha había sido alcanzado por un balazo. Pasando delante de él,