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VII

El fuego Las cosas empezaban a ponerse mal. Sacha Yegulev mató a otro hombre por su propia mano.

Además, en una escaramuza con la policía había perecido, de una muerte cruel, el bueno y dulce Petruscha.

He aquí cómo sucedió:

Hacia las diez, cuando apenas la noche estival había descendido sobre la tierra, los Hermanos del bosque, con unos campesinos que no pertenecían a la banda, atacaron la propiedad de Uvarov. Los asaltantes, muy numerosos, producían un ruido que se oía desde lejos. La gente que había en la finca tuvo tiempo de esconderse. Los Uvarov sacaron los caballos de las cuadras y escaparon con los niños poco antes de la llegada de la banda; en la cocina hervía un gran samovar niquelado; en el comedor estaba la mesa puesta.

—¡Eso está bien!—exclamó Kolesnikov—. ¡Vamos a tomar aquí el te! Hacía mucho tiempo que yo no tomaba el te como es debido, sentado a la mesa.

Estaba de un humor excelente y se frotaba jubilosamente las manos.

—¡Mascha!—gritó.

—¿A qué Mascha llamas?—preguntó Yegulev sorprendido.