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Y golpeando al marinero en la espalda añadía:

—No tengas miedo, marinero; aquí no estás en un barco de guerra... No te pasará nada...

Petruscha intentó cantar también Sobre las colinas de la Mandchuria, y aunque su voz era más bonita que la del marinero y recibió los elogios de Kolesnikov, no tuvo éxito entre los «Hermanos del bosque»».

—¡Déjalo, Petruscha!—le decían—. Dale la balalaika al marinero. Se las arregla mejor que tú.

. Petruscha se sintió ofendido, y durante algunos días se negó categóricamente a cantar; como todos los hombres que poseen cierto talento, era en extremo ambicioso. A veces, cuando estaba de buen humor, cantaba y tocaba sin cesar, no para los demás, sino por su propio placer, como un pájaro que no puede resistir a la necesidad de gorjear.

Era muy querido por esto y por su bondad infinita; esta bondad, y aun su serenidad imperturbable, comunicaban una gran dulzura a la vida de los «Hermanos del bosque», llena de sangre y de horror.

Sacha pasaba noches enteras sin dormir, con los ojos abiertos. A veces, sufriendo del insomnio doloroso, buscaba algo, un recuerdo, un cuadro del pasado que pudiera otorgarle sueño y olvido; pero casi siempre en vano. Y frecuentemente, durante las noches interminables, Sacha recordaba los sonidos dulces de la balalaika, que imponían silencio a todo el bosque, tan melancólicos que henchían el corazón de deseos de irse lejos por la tierra hacia los horizontes lejanos e invisibles.