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A los de la partida les gustaba este aislamiento, que daba a su atamán un aire de grave severidad, distinguiéndole de los demás como un árbol aislado en un calvero.

Cuando los Hermanos del bosque» estaban libres pasaban veladas muy alegres y aun más ruidosas que antes; eran ahora muy numerosos. A pesar del calor encendían la hoguera en el calvero, bien barrido, y cantaban acompañándose de las balalaikas, que les inspiraban pensamientos dulces y melancólicos. El marinero Andrén Ivanich, que había adquirido gran reputación de músico, tocaba el vals Sobre las colinas de la Mandchuria, que se hizo muy popular después de la guerra rusojaponesa. Los campesinos le escuchaban atentamente, y las palabras sencillas de la canción los emocionaba hasta hacerlos derramar lágrimas.

—¡Qué lástima que nuestras mujeres no estén aquí!—exclamaba, bromeando, Iván Gnedij.

Andrés Ivanich cantaba con su voz melancólica:

203 Los huesos de los soldados están pudriéndose en la tierra, y nosotros no hemos visto ni aun sus miserables tumbas, ni siquiera hemos rezado una plegaria por sus almas..

Los presentes, al oír aquellas canciones, se 80naban con frecuencia para ocultar sus ganas de llorar.

—¡Qué hermosas palabras! ¡Como las de un li bro!—decía Eremey, emocionado.