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hacer otra cosa... Y estos campesinos comprenden muy bien que ése es el único medio de manifestar a Yegulev su afecto; por darle una satisfacción han azotado a aquel imbécil.

—Qué quiere usted, Basilio Vasilievich? ¡Son gente inculta!

—Pero usted, Andrés Ivanich, me está pareciendo cada vez más intelectual... Eso no me gusta...

El marinero sonrió dulcemente y no replicó nada.

—Sabe usted en qué términos hablan de Alejandro Ivanovich?—preguntó después de una corta pausa. A usted, naturalmente, no se lo dirán; pero de mí no se ocultan. Y es tan conmovedor lo que dicen, que se le suben a uno las lágrimas a los ojos... Alejandro Ivanovich—dicen—es un verdadero ángel de los cielos. Dios mismo nos le ha enviado para consolarnos en nuestras miserias y sufrimientos... Al lado suyo hay que ser puro, porque él mismo es puro como un cordero...

—Como un cordero?—dijo sorprendido Kolesnikov.

—Sí. Nosotros, los mujiks dicen—, con nuestros vicios y nuestra estupidez, no somos ni aun dignos de mirarle...» Verdad es que el ser hijo de un general les impone mucho; pero, aparte de eso, sienten por él mucha estimación y un amor sincero...

¿Se acuerda usted de aquel desgraciado, fugado de presidio, que se encontró muerto en el bosque, degollado? Pues bien: le mataron por hacerse agradable a Alejandro Ivanovich...

Kolesnikov exclamó:

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