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había puesto negro como el hierro. Nosotros mismos le mandaremos al otro mundo... Fedot, dame un buena cuerda y ayúdame a ahorcar a ese canalla.

El borracho habría sido ahorcado, sin duda alguna, si Yegulev no hubiera intervenido. Pero los hombres no podían dejar sin castigo el acto de aquel insolente: le azotaron con ramas de abedul. Después, toda la banda, incluso la víctima, se presentó ante Yegulev, y con las gorras en la mano, inclinándose profundamente, todos le pidieron perdón por el ultraje que se le había inferido.

—Te lo suplicamos, Alejandro Ivanovich—dijeron—, que nos perdones... Porque, mira, aunque somos unos salvajes, no hay que querernos demasiado mal. ¡Ea, saluda, canalla, y da las gracias al jefe por haberte dado una lección de buena conducta!

El borracho castigado saludó muy profundamente, casi tocando la tierra con la frente, y repitió varias veces:

—¡Le doy a usted las gracias, Alejandro Ivanovich, por haberme dado una lección!

Kolesnikov miraba aquella escena con ojos sombríos; en sus labios vagaba una sonrisa mala e irónica. Cuando los campesinos se fueron, lanzó una mirada a hurtadillas sobre Sacha, que estaba absorto en sus pensamientos, y dijo en voz muy baja al marinero:

—Bien se ve que es hijo de un general. Su padre también mandaba azotar a los siervos. No saben