En nuestra aldea casi todos los campesinos se llaman Gnedij—dijo Eremey a modo de explicación.
—Sí; pero eso no significa que uno pueda dejar su puesto a un mozalbete dormilón—dijo enfadado el marinero, que se había puesto rojo de ira.
—No tengas miedo, que no te van a robar—respondió tranquilamente Eremey.
Kolesnikov, que se encontraba allí, creyó deber intervenir.
—También yo, Sacha, soy de opinión...—comenzó tímidamente.
—¡Dejemos eso!—cortó Sacha—. En cuanto a los vagabundos, échelos de aquí sin compasión, Andrés Ivanovich.
Eremey aprobó.
—Eso está bien. ¡Hay muchos vagabundos aquí!
Siempre hay que desconfiar de ellos.
—¡Y si hacen tonterías, mátelos usted a tiros!
—ordenó Sacha.
1 —¡A sus órdenes, Alejandro Ivanovich!... ¿Quiere usted permitir a Kusma Suchok que se quede con nosotros? Pide su autorización.
—Bien; que se quede.
Los campesinos trabajaban algún tiempo con la banda y luego desaparecían de repente, sin que pudiera saberse con precisión si eran miembros permanentes o sólo advenedizos. No se sabía tampoco ni por qué llegaban ni por qué se marchaban. Todos los intentos de averiguarlo fueron inútiles. Esto complicaba mucho la situación.