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zado; pero sin conciencia no vive... Sí, sufre; pero no te dejes abatir, desmoralizar. Cuando suene la hora de tu muerte, la podrás recibir con plena tranquilidad. ¡Te lo juro, hijo mío!

Sacha meneó enérgicamente la cabeza varias veces, cerró los ojos, y de su pecho salió un suspiro hondo, que no parecía un suspiro solo, sino muchos en uno. Diríase que no había oído lo que Kolesnikov le hablaba:

—Bien, Basilio—dijo—. Viviré y sufriré. Eso es lo que hay que hacer, ¿no? También yo te lo juro...

Pero fué interrumpido por un grito de Eremey:

—¡Pronto! ¡Nos persiguen!.

Saltaron al carruaje. Los caballos, fustigados con fiereza por Eremey, escaparon en una carrera loca.

El puente, el río con sus ranas, el bosque... todo desapareció. No se oía mas que el ruido de las ruedas, el galope de los caballos y el viento, que con un silbido agudo los azotaba en pleno rostro. Como un sueño atravesaron en pocos instantes la aldehuela dormida, despertando a los perros, que empezaron a ladrar furiosamente. De pronto el carruaje, a toda velocidad, se hundió en un barranco.

Los tres cayeron por tierra, en la hierba húmeda olorosa.

Pero ya estaban fuera de peligro.

—¡Ahora no tenemos nada que temer!—declaró Eremey, levantando el coche volcadoy Kolesnikov se limpió la cara, riendo.

—Debo estar muy guapo ahora... Como un diablo.

¡No es verdad, Eremey, que me parezco al diablo?

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