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uno en el alma del otro: tan cercanas oían sus voces.

—Sí, Sacha—decía Kolesnikov—; desde la infancia he tenido una hermosa voz. Mi maestro me auguraba un porvenir espléndido. Hasta me ofrecía darme dinero a cuenta de mis éxitos escénicos.

Estaba seguro de que como empresario mío haría buenos negocios..t —¿Por qué mentías, entonces, diciéndome que no sabías cantar?—preguntaba Sacha sonriendo.

—Era necesario. Como un rico burgués que regala una campana a la iglesia, yo también he querido hacer un regalo... a nuestra iglesia. Sábelo bien:

esta campana, es decir, mi voz, es un regalo del veterinario Basilio Vasilievich Kolesnikov...

Sacha le escuchaba con una atención afectuosa.

Kolesnikov prosiguió:

—Una vez cometí una ligereza. Confesé a un camarada del partido que sabía cantar... Quedó tan impresionado, que ya no me dejó tranquilo. «Su sitio de usted está en la escena, y no en los subterráneos revolucionarios», me decía. Naturalmente, rompí todas mis relaciones con aquel tipo... Porque ya ves, Sacha... yo... ¡la escena!... ¿No te hace reír eso? En mi infancia, el pueblo bajo me atraía; de la tierra venimos, y a la tierra, al mujik, hemos de volver.

—Eso es verdad; pero es de otra ópera—objetó Sacha sonriendo.

—Quieres que te diga todo? Pues bien: yo concebí una fantasía... un sueño orgulloso. Ea, soy