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el silbido salvaje del vagabundo. La noche se hacía más clara: diríase que abría los ojos para contemplar la danza y que se aproximaba, en su silencio misterioso, al, círculo viviente. Todos habían olvidado la hoguera, que empezó a apagarse; las sombras producidas por el fuego disminuían poco a poco y caían a tierra, cediendo el puesto a las sombras negras, tranquilas y eternas de la luna. La Luna estaba ahora precisamente en medio del cielo y miraba imperturbable lo que pasaba abajo.

Más lejos, a algunos pasos de la hoguera, apagada, todo estaba en calma; más lejos aún... se oía el murmullo del bosque. Y más allá del bosque se veían en el horizonte rojizos resplandores que se reflejaban en el cielo; alguien demasiado impaciente para esperar a Sacha Yegulev había prendido fuego por sí mismo a una propiedad señorial.

Algo invisible rueda por la tierra rusa. Algo invisible siembra a puñados en las tinieblas la alarma y la angustia mortal.

Aquella noche, la última antes de la acción, estuvieron divirtiéndose los Hermanos del bosque» como reclutas en víspera de una batalla. Luego se durmieron al lado de la hoguera. El albergue estaba envuelto en un silencio profundo. Sólo el arroyo murmuraba su monótona cantilena esperando la salida del Sol.

Kolesnikov y Sacha, conmovidos por aquella velada, no podían dormir y hablaban en voz baja, acostados en la barraca uno junto al otro. Les parecía que no hablaban, sino que miraban el