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exponerle a las balas mortíferas como en aquella noche de congoja solitaria en su alcoba. En aquel momento hubiese aceptado la muerte con alegría.

Pero Petruscha no quiso reconocer la victoria de Kolesnikov, y le dió la réplica a su vez. Oíase en su voz un dulce lamento, un dolor melancólico, una invocación a los espacios infinitos.

¿Cuándo, pues, mi verde serbal, te hiciste grande y fuerte?...

El vagabundo, con su débil voz de tenor, vino en seguida en auxilio de Petruscha, que luchaba contra la potente voz de bajo de Kolesnikov. Apenas se le oía; pero todos sonrieron, todos estaban contentos de que también él se hubiese puesto a cantar. Pero Kolesnikov no quiso ceder terreno, y perforó el aire nocturno con sonidos tan poderosos que los otros, vencidos, se callaron.

Yo, el serbal verde, ya me he hecho grande, bajo el cielo frío de otoño, el viento, las lluvias y las tempestades.

La canción acabó. Todos permanecieron callados, en un silencio profundo. Sólo la hoguera crepitaba con gran ruido. La Luna subía por el horizonte. Nadie se daba cuenta de que la noche se había hecho más clara y de que el bosque, en torno, se llenaba de manchas plateadas.

Eremey movió la cabeza y dijo:

—¡Hay buenos cantores entre nosotros!...

Sacha llamó a Kolesnikov, con voz conmovida,