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nada bueno resultaría de esto. ¡No me preguntes, Vasia!

—Bien, no te preguntaré nada. Perdóname, Sacha.

Pogodin se volvió con extrañeza, espantando las sombras, que se pusieron en movimiento.

—Perdonarte? ¿De qué?

—De algunos pensamientos... sobre ti.

—¡Lo ves? Ya tienes preparada una conversación, confidencias... Verdaderamente, nosotros los intelectuales no valemos nada. No hacemos mas que hablar de cosas elevadas, de sentimientos nobles; nos pedimos perdón por haber pensado esto o lo otro... ¡Pues yo te aseguro, Basilio, que todo eso no le interesa a nadie! No te enfades, Basilio; yo te quiero bien, pero hay que desembarazarse de ese sentimentalismo llorón... Salgamos un poco; están cantando.

Me ha echado un hueso para roerlo al asegurarme que me quieres, pen con amargura Kolesnikov, siguiendo a Sacha. Pero inmediatamente se repuso. ¡Soy de verdad un animal!—se dijo—. No hay por qué quejarse. Todo va a maravilla. ¡Cantan, están alegres! La vida, en suma, es bella. ¡Viva la alegría!

También la noche sabía que la vida es bella.

Envolvía el bosque, la hoguera y las personas en su obscuridad serena y apacible. El fuego de la hoguera devoraba alegremente los leños, lanzando en torno las chispas brillantes que subían muy altas, se apagaban en la atmósfera y eran substituídas