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perior era más precisa y distinta; ahora Sacha poseía un perfil bien definido, que le faltaba antes. No tenía ya ese aspecto pálido, resignado que hacía adivinar en él una tristeza infinita, un presentimiento de su destino trágico, un corazón que latía dolorosamente, como tocando a rebato; ahora producía el efecto de un joven fuerte, robusto, satisfecho de su fuerza y de su vigor, de mejillas sonrosadas, de movimientos seguros. Decididamente éste no era el mismo Sacha de antes. El otro había muerto; éste parecía decidido a vivir una vida muy larga; el otro tenía una madre, la noble y desgraciada Helena Petrovna; éste diríase que no había tenido nunca madre y que no había conocido las lágrimas. Cuando sonreía mostraba sus dientes fuertes y blancos.

Kolesnikov se preguntaba cómo estaría Sacha con barba; y en su imaginación se dibujó la imagen del general Pogodin, aunque no la había visto jamás, ni siquiera en un retrato. Un verdadero general, se dijo Kolesnikov, y lanzó involuntariamente un suspiro.

—Sacha, es para mañana, pues?

—Sí, para mañana. Parece que me quieres decir algo, Basilio. Pero, por Dios, querido, hoy, no. En general, lo mejor es no hablar... ¿Te has fijado en Eremey? Te lo recomiendo. Calla siempre, y, sin embargo, su silencio me ha enseñado mucho esta noche... Ya sé que me vas a preguntar en seguida qué es lo que he aprendido en el silencio de Eremey; no sabría contestarte como es debido, y