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no puedo estar con vosotros... porque, mirad..., yo no puedo ver la sangre...

Todos fruncieron las cejas. Fedot, amenazando al vagabundo con el puño, gritó:

—¡Cállate, imbécil!

El vagabundo se alejó asustado.

—Los Hermanos del bosques, de Saratov, me han acogido muy hospitalariamente... En Viatka también; pero aquí...

—¡No le toquéis!—ordenó Sacha. Mañana se irá.

Kolesnikov miró con ternura el rostro de Sacha, que en pocos días había envejecido muchos años. Pensaba en aquellos rumores misteriosos que se difundían al mismo tiempo por diferentes sitios en torno al nombre de Sachka Yegulev, adelantando los acontecimientos y que de todas partes afluían a su albergue de campesinos. Naturalmente, la gente charla—se decía; pero esa charla es significativa. Esperan algo grave. Y parece que no se engañan. ¡Sachka Yegulev los asombrará a todos!

Frente a Kolesnikov, el mujik Iván contaba cómo había comprado provisiones en la aldea.

—Le dije: Dame buena mercancía, porque es para los Hermanos del Bosque».

—Y él, ¿qué te respondió?—preguntó Eremey.

—¡Así reventéis todos!—me dijo—. Por vosotros voy a morirme de miedo. Habéis puesto en actividad a toda la policía... Y ya veis, aquel canalla me había robado diez copecas.