¡Bueno!
—¿Cómo?
—Ya me callo. ¿Ha mirado usted la hora?
—Sí, no te preocupes.
Aquel era el sitio convenido, detrás del jardín de los Pogodin. Sacha conocía muy bien aquel sitio, que había mirado tantas veces, siendo niño, desde la tapia de su jardín. Y, sin embargo, no venía; la hora fijada había sonado ya.
La angustia de Kolesnikov aumentaba. De pronto oyó un leve ruido detrás de la tapia del jardín.
Un minuto después apareció Sacha por encima de la tapia.
—¡Toma!—dijo a Kolesnikov, dándole un maletín.
—Te has retrasado—dijo éste cogiéndolo.
Sacha no respondió. Saltó ligeramente al suelo.
—¡Buenas noches, Sacha!
—¡Buenas noches! Y el otro, ¿quién es? ¿Andrés Ivanich?
—No; ayer salió Andrés Ivanich. Este es Petruscha (1). ¿No es verdad, Petruscha, que eres tú?
—¡Ya lo creo!—dijo riendo el aludido.
—Todo está dispuesto?—preguntó Sacha.
Cuando estuvieron en el carruaje, Sacha, que tocaba a Petruscha con el hombro, pero que no podía verlo, dijo:
—Pues bien, Petruscha, me alegro de conocer a usted.
(1) Diminutivo de Pedro.