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apoyada en Sacha, que la sostenía ligeramente por el brazo. Pero cuando estuvieron lejos de la vista de su madre, Lina cogió a su hermano de la mano y empezó a murmurar furiosa:

—¡Sacha! ¡Eres tan... tan...! ¡Yo no te comprendo!... ¡Toma esta carta! ¡Dios mío, qué tonto eres!

—¿Qué carta?

—¡Pues una de Eugenia, vamos!

—¿A qué fin?...

—¡Si no la coges, Sacha, te juro...! Eres tan tonto, que me da vergüenza que seas mi hermano... ¡Sacha, Sachenka (1), te lo suplico! Es preciso que tú también jures...

—Dame la carta.

—Tómala. Espera la respuesta.

—Sí, la tendrá... mañana por la noche...

Lina besó con fuerza a su hermano y se separó de él.

Aquella primera noche del mes de mayo, Sacha no se acostó hasta el alba. Una mitad de la noche —última que pasaba con su familia estuvo vacilando; ¡abriría o no la carta de Eugenia? No la abrió. La segunda mitad de la noche la empleó en escribir una larga contestación a la carta que no había leído. Pero rompió la contestación y acabó por responder con estas tres palabras: «No es necesario.—A. P.»» Así, pues, ni siquiera tuvo tiempo, durante aquella última noche, de reflexionar sobre el gran cambio (1) Sacha y Sachka son diminutivos de Alejandro. Sachenka es diminutivo de Sacha.