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mensajeros con recelo. La mayor parte de ellos eran pilluelos, golfos hábiles y de mal aspecto. Una vez, con una sonrisa de felicidad, fué Kolesnikov a casa de Sacha a enseñarle sus botas nuevas; pero a la mitad del camino reflexionó y se volvió atrás.

Dormía muy poco. Cuando intentaba pensar en el porvenir, o fijar razones de su próxima partida, notaba con horror que todas sus antiguas ideas habían desaparecido y no quedaban sino pequeños restos informes. En su cerebro bullía una extraña mezcla, y Kolesnikov se volvía medio loco de ira y de impotencia. No hacía nada; todos los días iba a ver a Andrés Ivanich, el marinero a quien tenía escondido, exponiéndole a caer preso.

—Ese Pogodin me inspira ideas negras—decía al marinero. No sé qué hacer.

• —¿Por qué? ¿Tiene miedo?—preguntaba el otro.

—Eso no. No es de los que tienen miedo. Pero..no es de los nuestros...

Andrés Ivanich no contestó nada.

Era un hombre vigoroso, de estatura mediana, en extremo tranquilo y reservado. Iba vestido con un buen traje. Su rostro juvenil afeitado, su bigote fino, sus hermosos ojos, producían la impresión de una tranquilidad absoluta, imperturbable. Su andar era silencioso, casi imperceptible, pero muy bien calculado, preciso, firme. Todos sus movimientos eran serenos, tranquilos, rítmicos, un poco lentos y perezosos. Cuando estaba de pie parecía que apenas tocaba la tierra