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se hallaba el cuerpo de Timojín, para asistir a los funerales.

El rostro de Timojín estaba cubierto por una gasa. No se veían mas que sus manos amarillas, que alguien había colocado en forma de cruz. No estaban allí sus padres, que habitaban una ciudad lejana.

A causa del cansancio y de la noche sin dormir Sacha sentía vértigos. A veces le parecía que todo estaba envuelto en una espesa niebla; pero sus ideas y sus sentimientos eran en extremo claros, de una claridad morbosa.

Examinada la ancha espalda del cura, vestido con un alba bordada de plata, el humo azulado del incienso, las finas velas encendidas, que un hombrecillo chiquitín, con una perilla ridícula, distribuía a los asistentes..., y le parecía que todo aquello tenía un sentido preciso y profundo, que por el pronto no podía comprender. El cura recitaba los rezos en voz baja; el hombrecillo, su ayudante, sin dejar de distribuir las velas y de ocuparse en los pequeños detalles del servicio, le respondía con voz segura y serena.

—¡Roguemos al Todopoderoso! ¡Roguemos!

Al tomar en sus manos una vela encendida, Sacha pensaba: Una hora antes, este hombre estaba en su casa, al lado de su mujer, tomando te, con su perilla ridícula, y ahora se ha convertido en un ser superior, que sabe cosas que no saben los demás, que tiene una autoridad ante la cual se inclinan todos.»